Los petrodólares de Chávez “embrujaron” a Venezuela y América Latina

POR MANUEL MALAVER - AMÉRICA - 07 AGO 2016, 4:33 P.M.

Creo que una de las clave para explicar el colapso del chavismo consistió en su empeño de establecer una amplia, dispendiosa y clientelar política social que, en cuanto  no estaba sustentada en una economía productiva, creciente y sostenible, sino en los altos precios del petróleo, al iniciarse la caída de los mismos, desató un resquebrajamiento del modelo hasta volverlo añicos.

Para sobrevivir y sostenerse, entonces, los chavistas licuaron  el gasto, reduciéndolo casi a cero y para ello ninguna receta más apropiada que la hiperinflación que, al par de liquidar lo que quedaba de las empresas públicas y privadas, pulverizó las políticas sociales hasta llevarlas más allá del punto en que habían comenzado. 

De allí que, sea inaplazable subrayar que la hiperinflación no le advino al régimen por variables económicas imprevistas, ni de políticas monetarias que subestimaron el déficit o la tasa de cambio, sino de la caída de los precios del crudo que, obligó a reducir al gasto, pero no recortando los sueldos o eliminando empleos,  sino haciéndolo ineficiente a través de la pérdida del valor adquisitivo de una moneda que vale hoy menos que el papel en que se imprime.

Pero es una característica del socialismo, de todos los socialismos, para los cuales, la pobreza y la desigualdad son marcas tan inescapables como la libreta de racionamiento, el hambre y las violaciones de los derechos humanos.   

La realidad venezolana actual, en consecuencia. no puede hincar más profundo en la piel y entraña de la nación entera, pues, sin un aparato productivo público y privado  que atienda la demanda, ni producción petrolera que genere los ingresos suficientes para cubrir  las importaciones, nos hundimos en una parálisis en la cual, los campos convertidos en rastrojos y los puertos vacíos, es la visual típica de la tragedia que se vive y sufre.

Claro que, en el caso venezolano, las cosas no fueron tan sencillas y hubo la expectativa de que, ahora sí, los socialistas introducirían cambios y los resultados no serían tan desastrosos.

Para empezar, Chávez, el promotor del modelo, no venía de un partido comunista o socialista, sino que, era un militar de baja graduación que había fracasado en la intentona golpista del 4 de febrero de 1992,  y que, si bien en la cárcel, -donde esperaba el juicio por sus delitos-, se manifestó como un izquierdista socialistoide,  pronto declaró que renunciaba a los métodos violentos para tomar el poder y participó  con un partido político en las elecciones presidenciales de 6 de diciembre 1998 que ganó ampliamente  

Pero una cosa fue el Chávez que participó  en una campaña electoral y otro el que se instaló en Miraflores para ejercer la Primera Magistratura, pues, desde los primeros días dio pruebas de un discurso social agresivo, violento, divisionista y antidemocrático  que pronto alcanzó alturas antiimperialistas y se lanzó a promover la lucha de pobres contra ricos.

Más grave, sin embargo, fue que hiciera redactar una nueva constitución que le torcía  el cuello a la independencia de los poderes, que el Ejército fuera llamado a reemprender la toma del poder en que había fracasado en el 92, que empresas nacionales como PDVSA fuera objeto de una limpieza ideológica y más de 25 mil trabajadores  despedidos, y que, a partir del 2003, comenzará un férreo control de cambios que convirtió a Chávez y su partido en los amos  de la economía.

Pero el Chávez real, el de carne y hueso, el dictador, el socialista anacrónico y sin inserción real en los cambios históricos que reclamaban Venezuela y América Latina, no apareció hasta mediados de agosto del 2004, cuando, en cuestión de meses. los precios del petróleo se fueron casi a 100 dólares el barril y un nuevo ciclo alcista puso en las manos del locuaz y gárrulo profeta, una riqueza como no habían soñado el resto de sus antecesores en la presidencia de la República.

Se instaló, por esa vía, una gigantesca maquinaria del gasto público,  y del primero hasta el último dólar que ingresó  a la Tesorería Nacional en los años de mayor auge del alza, no es exagerado afirmar que fue tirado a esta molienda, donde el pueblo se quedó sin nada, y seudoempresarios, funcionarios corruptos y gobiernos clientes o aliados de lo llevaron todo o casi todo.

En la expoliación, es indiscutible que jugó un gran papel la torcida, dañada y autocrática personalidad de Chávez, quien, sin hazañas que contar para instaurar una dictadura heroica, -tal cual imponen los manuales del marxismo y el socialismo ortodoxos-, se agarró al clavo ardiente del maná petrolero para emerger como un nuevo Stalin, Mao o Fidel Castro pero sin guerra civil rusa, Gran Marcha china o Sierra Maestra cubana.

El petrodictador por excelencia o caudillo que portaba el mandato de cortarle la luz al que quisiera, pues de él dependía que la OPEP bajara o subiera los precios, llevando amargura o alivio a los gobiernos y habitantes de los países consumidores.

Chávez era buen vendedor, pero quizá mejor comprador –el auténtico capitalista ideológico y revolucionario- y sin duda que, las operaciones más rentables que realizó en ese mercado fue ganar apoyos o neutralidad entre sectores de las clase media y de las clases populares venezolanas, en el primer caso, financiando el consumo a través de viajes y compras en el exterior, y en el segundo, mediante las “Misiones” que concedían a los pobres ayudas directas puras y simples.

Pero más audaz fue su política de “innovar” destruyendo la empresa privada nacional recurriendo a compras compulsivas, dizque para estatizarlas e incorporarlas a la producción socialista, pero no ocupándolas  a la fuerza  y manu militari como era estilo en las revoluciones marxistas ortodoxas, sino comprometiéndose a pagos que, aunque eran írritos y casi nunca se cumplían, le representaron enormes gastos al Estado.

Paralelamente, Chávez emprendía el que terminó siendo su Waterloo en el abuso  de arrebatarle ingentes recursos a la nación venezolana para tirarlos al basurero de un delirio tan imposible como trágico, tal fue emprender una cruzada por restaurar el socialismo en América Latina (nueva tierra de promisión) donde si se cumplirían los sueños de Marx, Engels, Lenin, Mao y Fidel Castro.

Al efecto, reoxigenó la vetusta, podrida y siempre al borde del abismo  economía cubana, financió el establecimiento de un sistema de países clientes (Nicaragua, Ecuador y Bolivia) y otro de países hermanos y aliados (los populismos de Brasil, Argentina y Uruguay) que, a través de ayudas directas los primeros, y de acuerdos, contratos y programas de cooperación los segundos, se acercaron al festín venezolano con las fauces, alas y las garras abiertas y hambrientas..

Fue, en sentido estricto, un despojo como jamás se había visto ni registrado en la historia, por el cual, un grupo de países le entró a saco a las riqueza de otro, pero sin disparar un tiro ni ocuparlo, sino por obra y gracia de una ideología transnacional que prioriza los intereses de una utopía inviable y abstracta, a las urgencias nacionales, humanas y concretas.

Pero que es imposible no destruya las bases éticas, institucionales y culturales de los países involucrados, cuyos liderazgos, seducidos por el capitalismo ideológico de Chávez, no dudaron en corromper a sus gobiernos y partidos, corrompiéndose a si mismos.

Los actuales escándalos que se suscitan en Brasil y Argentina,  cuando, pasado el auge del alza de las materias primas, lo que quedaba de las instituciones se acercó a pedirles cuentas a Dilma Rousseff y Cristina Kirchner, es paradigmático  y revelador de, cómo el socialismo y su hermano menor, el populismo, pueden engullirse economías completas, dejándolas, al par de devastadas, enfermas.

Grados que, en el caso de Venezuela, se elevan hasta niveles exponenciales, porque, la oleada de corruptelas, tanto internas, como externas, nacieron entre su gente y de su subsuelo y extirparlas requiere de un esfuerzo mayor.

No obstante, en los 17 años que dura el chavismo,  Venezuela no se ha rendido y su oposición ha luchado para que la hidra de mil cabezas, no solo no crezca, sino que no  permanezca.

En la actualidad, ya la oposición  es la mitad del poder porque el 6 de diciembre pasado conquistó la mayoría absoluta en la Asamblea Nacional y lleva a cabo una lucha sin cuartel por torcerle el pescuezo a Maduro y su “Socialismo del Siglo XXI” y salir este mismo año de la pesadilla neototalitaria  a través de un “Referendo Revocatorio”.

Expectativas que, son plenamente favorecidas, porque, ya no hay petrodólares en la abundancia, ni el valor con que Chávez “embrujó” a Venezuela y América Latina, y el mismo “Centauro de Sabaneta” murió en circunstancias misteriosas en La Habana, donde es profuso el rumor de que fue asesinado con la anuencia y participación de su sucesor, Maduro.

De modo que, consejas como una muy de moda en los últimos meses de que Chávez “embrujó” a Venezuela con una importación masiva, desde La Habana, de santeros cubanos, no es sino eso, una conseja, cargada de exotismos y folklorismos, pero sin briznas  de una realidad que habla de un país y un continente que no acceden a la modernidad y se mantienen en los predios de una Edad Media política, monárquica, absolutista y preindustrial.

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