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Mi fuerza amada – mi fuerza armada
En momentos de conflicto el amor es un tema que pierde protagonismo, está siempre en escena pero ésta vez opacado por la sombra del gran odio. Y aunque en tiempos serenos hablamos del amor como este maestro del destino, operador de los sueños, creador del deseo, reclutador de ideologías y domador de los miedos, a penas se nos nublan los cielos, el presentimiento de tormenta nos hiela el corazón y reparte estos roles entre sentimientos feroces, despiadados, impulsivos y casi inhumanos, dejando al amor… desempleado.
Da lástima ver como se deteriora un mundo que no sabe, o no quiere amar. Siento indignación como mujer, supuesto ser nacido para proveer dulzura y amor, al olvidar que en mi sangre fluye el sentimiento más fuerte y yo me empeño en canalizar rabia, odio e indignación frente a obstáculos morales y pruebas decisivas de la vida. Pero me siento más contrariada aún al entender que la especie humana usó su evolución como herramienta del caos inmoral, esta vez dominado siempre por un antojo de poder.
Nosotros humanos, aprendimos a erguirnos para llegar más alto y en cambio lo que hacemos es intimidar al más pequeño, logramos ampliar nuestra mente y pareciera que el espacio extra ha sido dedicado en su totalidad a la maldad, la estrategia y destrucción maligna, la competitividad y la corrupción malsana. Finalmente evolucionamos incluso nuestro agarre del mundo exterior, nuestras manos son capaces de recoger frutos, de dar la mano a quien lo necesite y en cambio nos encontramos a cerrarlas de nuevo, impulsados por la ira, olvidando la sutileza de aquel instrumento que le permitió a Beethoven componer el himno a la alegría con el simple fin de defender el “bien” a puños.
No puedo hacer más que escribir visto que soy como un soldado a quien le impidieron ir al campo de batalla, así que asumo un papel que quiero que sea el mío – asumo el papel y el lápiz, y escribo a aquellos que luchan por mí, esperando que mis palabras sean armas que no causen muerte. Me encuentro en mi mundo de papel, encerrada en burbujas de origami, donde solo derramaré tinta, a la cadencia de las palabras, siguiendo órdenes literarias; mi refugio de una guerra que no veo pero siento desde donde escribiré sobre las palabras que han llevado a estos males, y de aquellas que pueden significar victoria.
La palabra política contrariamente a lo que se podría pensar se asocia con la moral, la virtud de ocuparse de la creación de una sociedad libre, probando a resolver problemas para que hombres puedan convivir colectivamente, es el trabajo que lleva a un bien común, con un resultado que sea fructuoso y transcendente.
La palabra violencia es el tipo de interacción que se manifiesta en situaciones donde deliberadamente se amenaza de someter a un daño grave a un individuo o colectivo limitando el potencial de estos.
El respeto, en cambio, es un tipo de reconocimiento que empieza en un único individuo atribuyendo valor a una consideración ajena.
La palabra lucha no es más que el esfuerzo por resolver un conflicto y la esperanza es la confianza en que ocurrirá y se logrará lo que se desea.
Yo no puedo armarme de puños, creo que igual no se encontrar valor en el odio, y he aprendido a contenerme cuando se trata de descargarme a gritos, y aunque me sienta culpable de no poder pelear, entiendo que puedo luchar y que lo que algunos llaman desentendimiento, traición, yo llamo oportunidad. Tengo el deber de armarme de valor, secarme las lagrimas de frustración, vivir simultáneamente en dos mundos para poder recitar lo que siento sabiendo que las palabras viajan, que mi prosa es transcendente y que podría inspirar libertad. Me opongo firmemente a limitar el potencial de cualquier individuo. Reconozco el valor que se le pueda atribuir a ideologías ajenas. Creo en la verdad y sé, que las palabras por sí solas nos mienten.
Lamento no acompañarlos literalmente, pero les prometo que los acompañaré literariamente.
Encontremos el tiempo para definir lo que hacemos y por que lo hacemos.