Wendy Rhoades no es solo un ingenioso recurso narrativo que funciona como bisagra entre dos archienemigos que no caben juntos en el mundo, ella es mucho más que eso: es el alma de la historia.

La literatura americana, que desde sus más grandes figuras de los siglos 19 y 20 comenzó a buscar su propia y original 'gran tragedia', encontró en el cine fórmulas de aproximarse a la verdad que siempre – salvando casos memorables como el de Citizen Kane- estaban sometidas a esa peculiar censura que consiste en que quien manda no es el guionista sino el productor ejecutivo.

En su condición de arte masivo, en efecto, el cine produce historias que se rigen por  parámetros industriales y con ello se separa del resto de la cultura, que de modo más libre y autónomo crea novelas, teatro, artes visuales, etc, sin más límites que los que marcan la crítica y la audiencia. Como 'hermana menor', la TV repitió  ese esquema con mayor restricción aún por cuestiones de contenido, que al menos en sus inicios, debía ser  "apto para todo público".

Semillas de esa búsqueda de significado de la gran literatura germinan hoy, curiosamente, en la misma Televisión.  

Ya deslastradas de corsés y emancipadas de la pantalla doméstica de los canales abiertos, las series televisivas han venido a reemplazar el antiguo folletín en que nacieron grandes novelistas como Dostoievski, Balzac, Dickens, Stevenson y una larga lista.

Dentro de argumentos simples y hasta banales -característicos del género- algunas series actuales plantean  cuestiones profundas que atañen a una sociedad que se pregunta sobre su esencia.

Billions, que narra el combate a muerte entre el eterno sheriff  (en este caso un Fiscal de Distrito, Chuck Rhoades)  y su contrafigura del villano fuera de la ley (un multi-billonario sin escrúpulos, Bobby Axelroad)  se introduce en el asunto al mostrar entre el héroe y el anti-héroe una figura que se aproxima como pocas al arquetipo del ánima de una cultura machista y tosca que hace todo lo posible para simular delicadeza, refinamiento y  sensibilidad.

En su evolución, los personajes populares pasaron de ser cowboys a héroes de guerra y de allí a espías y astronautas sin que haya en el camino muchas heroínas destacadas.

Si pensamos en mujeres, acuden de inmediato los nombres de grandes actrices o de sex symbols: Ava Gardner, Ingrid Bergman, Marilyn Monroe, Meryl Streep y muchas otras, pero los personajes no son tan memorables ni significativos como las estrellas.

Claro que tenemos un buen número de figuras destacadas entre Scarlett O' Hara y Carrie Mathison, pero pocos recuerdan cómo se llamó la agente personificada por Jodie Foster en El silencio de los corderos mientras que casi todos se acuerdan de Hannibal Lecter. Tampoco es usual que sepamos el nombre de la chica de vida alegre que interpreta Julia Roberts en Pretty Woman. Los papeles femeninos son, por así decirlo, genéricos. Solo se identifican cuando forman parte del título de la película, como en el caso de Thelma and Louise, Annie Hall,  Mary Poppins, Juno, Bridget Jones, Erin Brockovich, etc.

Eso denota una falta de singularidad en la función de la mujer en el relato, lo que a su vez refleja el estereotipo limitado del rol femenino en el destino de la sociedad.

En Billions, la búsqueda de riqueza para Axelrod y la de justicia para Rhoades dan color a  las banderas de su guerra, pero el verdadero botín es la conquista de Wendy, la única capaz de darle valor a la victoria.

Porque el valor, que en un caso refleja lo económico y en otro lo ético, es el Santo Grial de la tragedia contemporánea, que ya no es solo americana sino del mundo entero.

Vale la pena seguir esta serie, ya en su segunda temporada, para observar el desarrollo de la crisis que proviene de la dicotomía entre prosperidad y justicia, entre éxito y honestidad,   entre triunfo y verdad y donde el fiel de la balanza está puesto en el alma, representada en Wendy Rhoades, el personaje femenino de un triángulo desigual.

Pablo Brito-Altamira